lunes, 19 de enero de 2004

Lima: La escalera y la duna

De En la banquina
Dicen que el alcalde de Lima es un gran alcalde. Dicen que es bueno porque hace obras. Su amor son las escaleras, que a su modo le facilitan la vida a la gente. Son los desplazados por la violencia, por la pobreza, por la necesidad que construyeron ahí, en la duna, frente al mar. Tenían que subir metros y metros por la arena, hasta donde habían montado sus casitas con lo que encontraron a mano. Primero les llegó la luz, pero las escaleras amarillas son un gran avance en una tierra inhabitable y usurpada. Metáforas del ascenso social.
Son los razgos de la cultura combi, de la informalidad convertida en norma. La primera vez en Lima, un taxista que me llevó a recorrer la villa El Salvador en las dunas, me dio un instructivo para entender que nada es lo que parece. Usó una fábula: el adolescente le cuenta a su amigo que quiere tirar (coger) con una prostituta con todas las enfermedades, después tirar con la empleada para que su padre que también tira con la empleada se contagie, entonces su padre contagiará a su madre con la que se acuesta. ¿Para qué quieres hacer eso?, le preguntó el amigo. Para que mi madre contagie a su amante, porque a ese hijo de puta quiero joder.
Las formas esconden el resentimiento que se retuerce invisible en las relaciones hasta que por fin llega la venganza. Las escaleras son un alivio que no sofoca un rencor latente.


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