viernes, 28 de noviembre de 2003

Monumento a la paz por venir en El Salvador



Por diez dólares me lleva desde el aeropuerto de San Salvador hasta el hotel. Tendrá que trepar desde la orilla del mar sofocante hasta la ciudad, por un camino cavado en los cerros e interrumpido por retenes militares. La guerra terminó hace más de diez años, pero conviene fingir que sigue para no enfriar el miedo.
Todos perdimos alguien en la guerra. También me cuenta que votará por la izquierda pero que la derecha seguirá gobernando El Salvador porque conviene mantener el miedo tibio. Con las armas de la guerra fundieron un cristo en medio de la carretera. Monumento a la Paz. Siempre paso de largo pero esta vez pido detener para sacar una fotos. Me bajo con bolso y todo por si me roban, porque mi miedo también está tibio.
Cuando llego al hotel Radisson me cuentan que ahí mismo fue la embajada de Estados Unidos, que la guerrilla la cercó y mantuvo aislada durante varios días en la gran ofensiva para tomar el país. Fue una muestra de poder y también una humillación a los mejores amigos del ejército enemigo. Luego negociaron la paz. Pero no hubo reconciliación.
Unos meses antes, Linares, uno de los líderes rebeldes me había recibido en su despacho de funcionario público con una mina antipersonal como pisapapeles. Yo le hablaba de desarme mientras me mostraba en un mapa los frentes donde había combatido. De los Montoneros argentinos fue de los que más aprendimos técnicas de combate. Nos entrenaron cubanos, vietnamitas, palestinos, pero de los argentinos aprendimos más. Jura que entregaron todas las armas, que la derecha los acusa de enterrarlas para militarizar el país.
El miedo a la guerra sigue tibio. Ahora la amenaza son los hijos del conflicto, les llaman maras, muchos emigraron y luego los deportaron desde Estados Unidos. Viven la miseria y la represión de un país que homenajea una paz que nunca llegó.

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